 |
“El triunfo de la muerte” Pieter Brueguel el Viejo |
Este es el título del himno
laureado que recuerda a todos los que han caído por España. En su origen fue
una canción que compuso el sacerdote vasco Cesáreo Gabaráin Azurmendi, y su
propósito fue rendir homenaje a la memoria del organista de su parroquia, Juan
Pedro, joven que falleció a la edad de 17 años.
Pero no, no es este el argumento
del artículo, aunque sí la semántica de la frase en cuestión, constituyendo una
metáfora criminalística de lo que supone la muerte asentada en una anatomía
agotada.
Desde el punto de vista biológico
la explicación de este fenómeno definitivo es rotunda: “la culminación de la vida de un organismo vivo o incapacidad orgánica
de sostener la homeostasis”. En Román Paladino: “el muerto al hoyo y el vivo al bollo”. No hay opción, finito.
Se acabó.
También caben otras visiones más
o menos románticas, trágicas, e incluso esperanzadoras de este fenómeno que
pone fin a nuestro peregrinar por esta feria. Lo que está claro es que no
podemos pasar de puntillas por este hecho cierto. Tanto es así que el tránsito
por la vida y su elemento más crucial al final de la misma, ha constituido un
elemento recurrente por las más variopintas formas que adopta el arte. Échenle
sino un vistazo, por ejemplo, al cuadro de Pieter
Brueguel el Viejo, “El triunfo de la
muerte”. Vale que la visión del pintor es un tanto apocalíptica; el lienzo
es impasible a la hecatombe y la campana avisando del fin del mundo, marca el
ritmo fúnebre de cada una de las escenas donde la muerte y su representación
más iconográfica –el esqueleto y la guadaña-, amenaza la existencia de las gentes de todo nivel,
campesinos, soldados, nobles e incluso reyes. Nada ni nadie escapa al hecho de
que, al final, la muerte, derrota a la vida. También la lectura que hacen del
hecho algunas religiones, esconde un hilo de esperanza. Así, la religión
cristiana considera la muerte “como el
fin de la permanencia física del ser humano en su estado carnal.., el espíritu
abandona el cuerpo físico que se deteriora y que es incapaz de sostenerse bajo
las leyes de este universo finito, e inmediatamente vuelve a Dios” (Eclesiastés 12-7). Por lo tanto y desde
este punto de vista, la creencia de una vida después de la muerte, no es un
hecho aislado que le sea indiferente a la condición humana, pues según ciertos estudios
antropológicos, hasta los Neandertales ya practicaban estos entierros dedicados,
albergando la maravillosa esperanza de volver a ser en otro estado, en otro
tiempo y lugar.
Pero dejemos estos argumentos de
fe para entrar en otros de contenido más somático que expliquen qué es lo que
ocurre momentos antes del óbito, durante y después, hasta apuntalar de un modo
lógico y científico, la mecánica de los acontecimientos que suceden en el
perimundo del finado. Solo así podremos entender, y por ende explicar, cuál es
la trama que se organiza en torno a esos minutos finales de una vida, valor
supremo que explica la Tanatología
Forense, o ciencia médica que estudia
los fenómenos relacionados con la muerte que, junto a la Medicina Legal y Forense, interpretan las
formas que adopta una estructura bioquímica que se rige por leyes físicas,
químicas y biológicas que antes dotaban al organismo de equilibrio interno y
que ahora, la dama de negro, sesgó de un plumazo ganándola para su mundo
sombrío. Ahora bien, si este desequilibrio llega por un proceso normal, todo
estará justificado conforme a una ley natural, pero si el desequilibrio tiene
como desencadenante una muerte violenta o sospechosa de criminalidad, entonces
tendremos que comenzar a leer el lienzo donde toma asiento la voluntad
desquiciada de quien personaliza el odio fratricida, la venganza, el lucro….,
ese potencial humano que responde, tristemente, a la dualidad de poder crear lo
más bello o lo más execrable en toda su dimensión. Por lo tanto y a tenor de lo
dicho, bien podremos deleitarnos con las creaciones más sublimes o bien
interpretar las más atroces, pues son estas últimas las que guardan una
explicación que aunque incomprensible y condenable desde un punto de vista
ético, arrojan luz sobre la verdad criminal que se investiga. Eviscerar la naturaleza muerta es también la más bella expresión artística a
la hora de aclarar el fenómeno de la
muerte, esa que tumbada en posición decúbito supino sobre la mesa de autopsias,
y analizada, ya sea desde un punto de vista filosófico, religioso o criminal,
responde a una misma realidad, una cesación total y definitiva de las funciones
vitales del organismo. Solo que en Tanatología y en Medicina Legal y Forense se
obra el milagro de viajar en el tiempo a fin de revivir el postrer momento que
pone fin a toda una existencia, consiguiendo incluso descifrar enigmas de
autoría. Esta realidad, demostrable hoy
científicamente, fortalece el significado implícito de esta frase tan
esperanzadora: “La muerte no es el final”.

No hay comentarios:
Publicar un comentario