Fray Guillermo de Baskerville y Adso de Melk |
El otro día volví a ver “El
nombre de la Rosa”. He de reconocer que la versión cinematográfica del
libro homónimo del escritor italiano Umberto Eco, me sigue fascinando
tanto como el primer día que tuve ocasión de ver la película. Digamos que Fray
Guillermo de Baskerville, interpretado magistralmente por el insigne Sean
Connery, me atrae irreversiblemente; su perfil de hombre inquieto,
despierto, tenaz en sus propósitos, sus deducciones lógicas y perspicaces,
ponen luz a un escenario lúgubre, siniestro, donde la muerte y sus misterios se
escurren por las frías estancias de una abadía benedictina enclavada en los
Alpes italianos. Y ahí es donde llega este monje franciscano en compañía de su
acólito Adso de Melk, para arrancar una explicación lógica a las
amenazadoras muertes que últimamente están asolando a toda la congregación. Lo
cierto es que, la presunta trama criminal, se desarrolla y va pareja a la organización de una reunión que
ha de tener lugar en aquel enclave, entre los Delegados del Papa y los líderes
de la orden franciscana. En ella se ha de discutir sobre la supuesta herejía
que una rama de los franciscanos promueve: la doctrina de la pobreza
apostólica.
En realidad el verdadero interés
y grueso de la cinta versa sobre esa serie de muertes insólitas, tan endiabladamente
confusas y prolíficas que hacen pensar a los monjes en un final apocalíptico.
Pero toda la sin ranzón que rodea a estos hechos siniestros se ve, paso a paso,
atenuada por labor investigadora de este Sherlock
Holmes de la Edad Media. El método científico de Guillermo, se va haciendo
sitio en la regla de silencio y fanatismo religioso que representa Jorge de Burgos, el anciano
bibliotecario de tez blanquecina y fúnebre, cuyo celo por la norma va más allá
de la realidad que le oculta su ceguera.
Desde el comienzo adiviné que, a
medida que se iban sucediendo las escenas en que aparecía un nuevo monje
integrante de aquella comunidad, su aspecto físico, y más su estructura facial,
me llevaban inevitablemente a recordar ese enfoque antropológico que sirvió a Cessare Lombroso para enunciar su
tipología de delincuentes en la que se destaca, por la parte que ahora toca, el
delincuente
nato o atávico; excepción hecha, claro está, para nuestro protagonista
el franciscano Guillermo y su ayudante Adso.
Había que verlo; comenzando por el propio Abad, continuando por Severino (el
herbolario); Malaquías (el bibliotecario); Berengario (ayudante del
bibliotecario); Venancio (el traductor de griego); Remigio (el cillerero); y
Salvatore…, qué decir de Salvatore,
(ayudante de Remigio)…, todos, tenían a priori, en mayor o menor medida,
el perfil que siempre hubiese soñado, para refutar su trabajo, el padre de la
Criminología: Cesare Lombroso. Si buscabas protuberancias craneales al estilo
de Vilella,
pómulos salientes, porte siniestro…., en fin, anomalías anatómicas, cierta
fealdad en definitiva, pues, resulta que cualquiera de aquellos monjes podrían
ser autor/es de cualquiera de los crímenes que se estaban produciendo. Difícil
trabajo para Guillermo si hubiese tenido como método de investigación una parte
de las teorías y postulados que en el siglo XIX hicieron famoso a Lombroso.
Salvatore |
Guillermo, en su caminar por la
escena criminal que se abre, encuentra las dificultades propias de una estricta
orden religiosa que pone límites y censura a la libertad de pensamiento. Solo
la compostura debe ser permitida. Pero la contradicción viene de la mano del
innato interés del hombre por saber más; incluso a riesgo de juguetear con lo prohibido. Ese afán de conocimiento seduce
a los monjes más inquietos que alimentan su pasión bebiendo del libro
II de la Poética de Aristóteles, donde el filósofo defiende la comedia
y el humor, cuestionando así los absolutos establecidos. Lo que no saben es que
las páginas del anhelado texto están impregnadas de un veneno que pone fin a su
pecaminosa codicia de sabiduría. El prudente método utilizado por Baskerville,
concluye y dice que, todos los monjes que de un modo u otro accedieron
al texto prohibido, encontraron descanso
en el corral del silencio.
-Querido Adso, has de saber que “el delito es
feo por lo que representa socialmente, pero no necesariamente quien lo ejecuta.
La belleza para combatirlo viene de la mano del conocimiento mesurado”.