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martes, 15 de enero de 2013

La fealdad del delito (artículo publicado en el número 7 de la revista científica QdC)


Fray Guillermo de Baskerville y Adso de Melk
El otro día volví a ver “El nombre de la Rosa”. He de reconocer que la versión cinematográfica del libro homónimo del escritor italiano Umberto Eco, me sigue fascinando tanto como el primer día que tuve ocasión de ver la película. Digamos que Fray Guillermo de Baskerville, interpretado magistralmente por el insigne Sean Connery, me atrae irreversiblemente; su perfil de hombre inquieto, despierto, tenaz en sus propósitos, sus deducciones lógicas y perspicaces, ponen luz a un escenario lúgubre, siniestro, donde la muerte y sus misterios se escurren por las frías estancias de una abadía benedictina enclavada en los Alpes italianos. Y ahí es donde llega este monje franciscano en compañía de su acólito Adso de Melk, para arrancar una explicación lógica a las amenazadoras muertes que últimamente están asolando a toda la congregación. Lo cierto es que, la presunta trama criminal, se desarrolla y  va pareja a la organización de una reunión que ha de tener lugar en aquel enclave, entre los Delegados del Papa y los líderes de la orden franciscana. En ella se ha de discutir sobre la supuesta herejía que una rama de los franciscanos promueve: la doctrina de la pobreza apostólica.
En realidad el verdadero interés y grueso de la cinta versa sobre esa serie de muertes insólitas, tan endiabladamente confusas y prolíficas que hacen pensar a los monjes en un final apocalíptico. Pero toda la sin ranzón que rodea a estos hechos siniestros se ve, paso a paso, atenuada por labor investigadora de este Sherlock Holmes de la Edad Media. El método científico de Guillermo, se va haciendo sitio en la regla de silencio y fanatismo religioso que representa Jorge de Burgos, el anciano bibliotecario de tez blanquecina y fúnebre, cuyo celo por la norma va más allá de la realidad que le oculta su ceguera.
Desde el comienzo adiviné que, a medida que se iban sucediendo las escenas en que aparecía un nuevo monje integrante de aquella comunidad, su aspecto físico, y más su estructura facial, me llevaban inevitablemente a recordar ese enfoque antropológico que sirvió a Cessare Lombroso para enunciar su tipología de delincuentes en la que se destaca, por la parte que ahora toca, el delincuente nato o atávico; excepción hecha, claro está, para nuestro protagonista el franciscano Guillermo y su  ayudante Adso. Había que verlo; comenzando por el propio Abad, continuando por Severino (el herbolario); Malaquías (el bibliotecario); Berengario (ayudante del bibliotecario); Venancio (el traductor de griego); Remigio (el cillerero); y Salvatore…, qué decir de Salvatore,  (ayudante de Remigio)…, todos, tenían a priori, en mayor o menor medida, el perfil que siempre hubiese soñado, para refutar su trabajo, el padre de la Criminología: Cesare Lombroso. Si buscabas protuberancias craneales al estilo de Vilella, pómulos salientes, porte siniestro…., en fin, anomalías anatómicas, cierta fealdad en definitiva, pues, resulta que cualquiera de aquellos monjes podrían ser autor/es de cualquiera de los crímenes que se estaban produciendo. Difícil trabajo para Guillermo si hubiese tenido como método de investigación una parte de las teorías y postulados que en el siglo XIX hicieron famoso a Lombroso.
Salvatore
  Pero estamos en el invierno de 1327 y el determinismo y la influencia genética aún están lejos de aparecer en escena; seguro que también ese método científico y razonamiento deductivo usados con habilidad por Guillermo para resolver tanto misterio, recordando por momentos las mismas habilidades utilizadas por Sherlock Holmes. Pero la cientificidad de su método -extemporáneo o no- deja en la cuneta esos otros que como la frenología, quisieron hacer un paralelismo entre personalidad y las  formas y protuberancias del cráneo. Guillermo sabe –el espectador lo deduce- que la explicación pasa por algo más pragmático que la sola apariencia física que destila fealdad y, seguro, una autoría basada en la repulsión que ello representa. A ver quién no pensó en algún momento de la trama que, Berengario, ese monje gordinflón, con cierto aspecto funesto, dado a las pasiones mundanas más prohibidas, no encarnaba el perfil de asesino ideal. Y de Salvatore…., quién no pensó que Salvatore era -aparte de hereje-,  un esquizofrénico paranoide y borderline con propensión al delito.

Guillermo, en su caminar por la escena criminal que se abre, encuentra las dificultades propias de una estricta orden religiosa que pone límites y censura a la libertad de pensamiento. Solo la compostura debe ser permitida. Pero la contradicción viene de la mano del innato interés del hombre por saber más; incluso a riesgo de juguetear con  lo prohibido. Ese afán de conocimiento seduce a los monjes más inquietos que alimentan su pasión bebiendo del libro II de la Poética de Aristóteles, donde el filósofo defiende la comedia y el humor, cuestionando así los absolutos establecidos. Lo que no saben es que las páginas del anhelado texto están impregnadas de un veneno que pone fin a su pecaminosa codicia de sabiduría. El prudente método utilizado por Baskerville, concluye y dice que, todos los monjes que de un modo u otro accedieron al texto prohibido,  encontraron descanso en el corral del silencio.

            -Querido Adso, has de saber que “el delito es feo por lo que representa socialmente, pero no necesariamente quien lo ejecuta. La belleza para combatirlo viene de la mano del conocimiento mesurado”.

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