En QdC1 le dábamos las gracias a Edmond Locard por haber enunciado su
famoso Principio de Transferencia (Quiscunque tactus vestigia legat):
todo contacto deja su rastro. O dicho de otro modo, en la escena del crimen
queda algo del delincuente y éste se lleva algo de la escena. Ahora bien, que
no haya indicios físicos, no quiere decir que tengamos que dar carpetazo al
asunto porque las vías de investigación se agotan a falta de aquéllos. Si no
los hay materiales, podemos recurrir a los psicológicos (acuérdense de la
película “Seven”) y llegar igualmente a una solución satisfactoria.
Quiero pensar que, al final, todo es cuestión del empeño que se ponga en el
trabajo. Seguro que quienes han tenido la tarea de investigar a diario durante años, habrán
llegado a la modesta conclusión de que es difícil no encontrar algo, dígase
fibras, sangre, cabello, célula humana etc., que vincule unívocamente al autor
con el crimen. Puede que estemos hablando de células microscópicas, partículas
pertenecientes a útiles, restos mínimos en definitiva que, de no hallarse,
puede obedecer a dos causas fundamentales:
1ª) La falta de instrumental que sea capaz de
detectar, además de las células o rastros microscópicos, las huellas dactilares
que se asientan en la ropa, en los soportes porosos e incluso en la propia piel.
2ª) La falta de preparación o inexperiencia
del investigador.
Ahora bien, dando por bueno que
tenemos medios y experiencia suficiente para escrutar una escena criminal con
garantía de éxito ¿Qué ocurre cuando aquélla se ve desdibujada o contaminada
por todos aquellos profesionales que acuden antes que los especialistas de la policía
científica, a realizar las actividades propias de su especialidad? Claro que,
en esto los protocolos parece que lo dejan bastante claro aludiendo a un
concepto teórico que cuesta no poco esfuerzo llevarlo a la práctica. Es la
coordinación. Pero seamos claros, en ocasiones, cuando se comete un delito de
cierta alarma social, dígase una agresión sexual, un homicidio, un asesinato…..,
la coordinación de la que hablamos, al menos en los primeros momentos del
hecho, es difícil hacerla efectiva. Empezando por el propio círculo de personas
que interrelacionan en primera instancia con el agresor o la víctima –que no
tienen porque coordinarse ni falta que les hace-, continuando por los curiosos
–que los hay a cientos-, siguiendo con los
medios de comunicación, servicios sanitarios, comisión judicial…,
finalizando con los miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y, dentro de éstos, los que integran las
distintas especialidades. Total, que cuando se produce un hecho en el que por
ejemplo hay una importante cantidad de sangre esparcida por aquí y por allá, la
escena, puede convertirse en un chapazal con romería incluida. Lógicamente esto
supone una merma importante en la calidad que se persigue cuando se lleva a
cabo la Inspección Ocular
Técnico Policial. Por eso es fundamental que los funcionarios de policía que
llegan primero al lugar de los hechos, adopten una serie de medidas de
protección tendentes a la protección integral del lugar, evitando también las ingerencias de personas no autorizadas.
Pensemos que el escenario criminal y sus circunstancias, son una de las pocas
fuentes de información donde el autor deja su tarjeta de visita, de modo que
podamos relacionar su autoría con el hecho. Podremos tener excelentes maletines
con reactivos, kits de recogida de muestras, pinceles, cámaras fotográficas y
luz forense, pero si el pelo que tenemos que recoger del dorso de la mano de la
víctima es de su vecino, la colilla del cenicero la dejó el policía, el médico
forense o el propio juez, o las huellas lofoscópicas halladas en el auricular
del teléfono son del médico del 112… ¿De qué coordinación estamos hablando? Sí,
habremos acudido unos detrás de otros o quizás todos a la vez, cada uno habrá
llevado a cabo su trabajo con exquisita profesionalidad. Nada qué decir, pero,
la coordinación tiene que admitir ese plus de profesionalidad de hacer bien mi
trabajo pensando en los que van a venir después, y ello supone no hacer
desaparecer los indicios ni contaminarlos; preservar en la medida lo posible lo
que me encuentro.
Es sencillo. A priori, colocarse unos simples guantes de
látex, unas calzas o evitar dejar rastros innecesarios, es sinónimo de calidad.
De eso hablamos cuando se gestionan bien los recursos humanos y materiales,
cuando los trabajos están hechos por personal especializado que está sometido a
una formación permanente y actualizada. Cuando los protocolos de actuación se
adecuan lo más posible a los casos que se puedan dar, ya que su flexibilidad
permitirá encajar dentro de lo razonable ciertos imponderables. También la
famosa cadena de custodia es un hecho de calidad. Ésta garantiza la identidad y
la integridad de los vestigios o muestras
que pueden ser fuente de prueba en un hecho criminal. Su adecuación
desde el primer momento en que aparecemos en escena, es la mayor garantía de
éxito de cara al proceso en su momento culmen: la recreación de la prueba con
total asepsia en la vista oral.
Quién sabe, pero quizás Locard, consciente o no, ya contaba con
los “intrusos de la escena criminal” cuando formuló su otro axioma de que “no hay delitos perfectos sino mal investigados”.
Sigue siendo un magnífico artículo
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