Abundemos un
poco más en el artículo anterior. Resulta que el famoso principio de
intercambio: “Quincumque tactus vestigia
legat” (todo contacto deja un vestigio), es una realidad válida que robustece
nuestra actividad investigadora; pero también –como ya dijimos- puede echarla
al traste cuando somos nosotros mismos o nuestros colaboradores los que por
ignorancia, accidental o imprudentemente, contaminamos su naturaleza.
Es inevitable,
quien delinque y no, lo hace actuando materialmente sobre las cosas y en ese
acontecer se produce ese mutuo intercambio de vestigios.
Éste se puede producir entre personas, entre personas y
objetos, y entre objetos. Así estaríamos hablando de transferencia primaria, que
es la que se da entre el agresor y la escena (y viceversa); el agresor y la
víctima (y viceversa), o el investigador (u otros intervinientes) y la escena o
la víctima (y viceversa). Pero aún habría una trasferencia secundaria, que
sería la procedente de un contacto anterior. Qué ocurre, pues que, la
existencia de esta última puede multiplicar la carga de trabajo, pero también
el valor probatorio del rastro, de modo que en ciertas ocasiones nos permita
relacionar varias escenas entre sí, esto es, las que han sido objeto de la
acción criminal y las que pertenecen al entorno del autor. Claro que, sin nos
fijamos detenidamente en lo dicho hasta ahora, y más concretamente en la
trasferencia primaria que se produce entre el investigador y la escena o la
víctima, detrás, hay algo que desnaturaliza el proceso de trasferencia y que,
sencillamente, se traduce en contaminación. Las técnicas que hoy
se utilizan en los laboratorios están tan desarrolladas que permiten un
análisis diferencial y comparativo para casi todo, con su consiguiente coste,
claro. Así que, razón de más para que su uso racional, pase necesariamente por
evitar que con nuestra irregular actividad, ralenticemos los procesos cuando no
los colapsemos. Llegado a este punto en el que teorizando hemos alcanzado la
reflexión práctica del artículo anterior, solo resta poner coto a este
desafuero y hacer una serie de recomendaciones que eviten el fiasco de la inspección.
Por ejemplo, ya dijimos que, quien primero llega al lugar de los hechos, su
actuación genérica, pasa por proteger la escena. Ello implica -aparte de
comprobar visualmente la realidad del hecho criminal y detener al autor si aún
estuviese allí, neutralizar riesgos y peligros inminentes, auxiliar heridos,
tomar notas de los testigos y personal de distintos servicios que allí se
encuentren, expulsar curiosos….-, también, el uso desde el principio y como
mínimo de los guantes de látex, especialmente en los supuestos que
excepcionalmente haya que manipular indicios y efectos del delito, en cuyo caso
se hará siempre por los lugares menos frecuentes, tales como esquinas, aristas,
partes interiores, etc.
Todos los indicios son importantes, pero quizás, desde
hace una década, la tecnología del ADN ha adquirido un protagonismo especial
cuando tenemos que recoger y analizar indicios biológicos de interés criminal.
Hoy, podemos extraer material genético de cualquier indicio biológico (sangre,
pelos, semen, restos epiteliales, saliva…, etc.) e incluso, con las nuevas
técnicas de amplificación genética (PCR: o reacción en cadena de la
polimerasa), a partir de cantidades mínimas de material genético –picogramos- o
muestras de éste muy degradado, se ha conseguido una información muy precisa a
cerca de la identidad de la persona de la que procede el indicio. Con lo que,
resumiendo, el resultado de la prueba del ADN tendrá mucho que ver con la
calidad de aquélla, pero más por cómo se realice la recogida y el envío al
laboratorio. Además, la admisibilidad de la prueba por los tribunales, con
garantía suficiente de autenticidad e integridad, pasa necesariamente por un
filtro de calidad que se llama cadena de
custodia. Como ya dijimos, la recogida de indicios requiere por lo general
una correcta protección usando guantes, pero también mascarilla, gorro, calzas,
y un mono desechable. Y, ya que los indicios biológicos ocupan un lugar
relevante en la investigación criminal, diremos a mayores que, respecto de su
protección, es importante dejar secar los rastros a temperatura ambiente, (para
que no actúen los microorganismos) y sin exponer al sol (para que la radiación
ultravioleta no degrade el ADN).
Una vez protegidos el paso siguiente es la recogida, con
lo que, dependiendo del caso, es preceptivo el uso de envases limpios, porosos
e independientes, como podrían ser las bolsas de papel o cajas cartón. Estos
envases facilitan la transpiración y evitan la degradación que sí se produciría
si el envase fuese de plástico.
Si el indicio es una mancha líquida de biológico, podemos
recoger una muestra de aquélla con un hisopo, la dejamos secar a temperatura
ambiente y se introduce en un recipiente de papel o cartón. En el mismo indicio
pero con la mancha seca, podemos aplicar otro hisopo, pero esta vez
humedeciéndolo en suero fisiológico, luego se deja secar y se introduce en un
recipiente de papel o cartón como el caso anterior.
Puede ser una obviedad, pero no está de más recordar que
no se debe hablar ni estornudar sobre las muestras; que se debe utilizar, en la
medida de lo posible, material desechable y de un solo uso y que, siendo válido
para la selección, manejo y recogida de todos los indicios que nos podamos
encontrar, se deben recoger los mínimamente lógicos y cotejables, los que no
cuadren en la normalidad de ese medio y los no reiterativos. El paso último
para refrendar la cadena de custodia, sería el etiquetado y singularizado con
referencia única, además del lugar exacto de procedencia.
Para finalizar y ya que estamos hablando de indicios
biológicos, siempre que se pueda, se debe tomar un frotis bucal como muestra
indubitada de referencia.
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