Al Karpis |
De todos es sabido que desde
tiempos inmemoriales se viene atribuyendo a los dibujos digitales que pueblan
las palmas de nuestras manos, un valor supremo, casi absoluto de cara a la
identificación personal; al principio sin el rigor científico necesario, pues,
las explicaciones más plausibles pasaban por ser, cuanto menos, un saber
antiguo que nacía de la propia fe. Así, determinados pasajes bíblicos, (Libro
de Job 37-7), Eliú, al cantar la
Sabiduría del Creador, dice: “Él pone un sello sobre todo hombre para que todos reconozcan que es
obra de Él”. Luego, con la evolución histórica que ha sufrido la
dactiloscopia como ciencia válida para la identificación, tomando forma y
aspecto definitivo a base de aplicaciones empíricas, prácticas, investigaciones
anatómico-descriptivas, científico-descriptivas y clasificaciones prácticas,
hasta llegar a ser lo que son: uno de los sistemas de identificación que, junto
con el ADN, gozan de mayor popularidad y aceptación, se fraguaba un sistema que
al menos de momento resulta infalible. Y fíjense que digo “casi absoluto”
porque a uno siempre se le plantea la duda de que, si a las propia
configuración de las crestas (ver QdC 4 y 5) les sumas un método basado en la práctica científica, según
la cual la repetición o duplicidad de los procedimientos y de sus conclusiones
tienen validez probatoria, resulta que las garantías son plenas para este
sistema; pero, cuidado, porque en ocasiones puede quedar desvirtuado
por el también “talento” de nuestros contrincantes en el escenario donde se
desarrolla la contienda criminal.
A este respecto y también desde
antiguo, ya hubo quien trató de “sabotear” la relación biunívoca que une a la
persona con su código de barras papilar. El ingenio no tiene límites cuando se
trata de poner en jaque el buen hacer del investigador. Así pues, los intentos
de alteración de las yemas de los dedos, ocupa una parte mínima en el devenir
histórico de la identificación, a la que vamos a considerar anecdótica por lo
improductiva, aunque no por ello carente de cierto romanticismo. Digamos que
todo parte de esa cualidad fundamental de los dibujos formados por las crestas
papilares, de ser inmutables. Para
lo bueno y para lo malo, partimos de ella como premisa; y es que su origen
debido a una formación en el grueso de la dermis, y su persistencia o
regeneración en tanto aquélla no sea alterada, es el caballo de batalla para
los que basan su trabajo en este principio biológico y para quienes sabiéndolo
o no, tratan de falsearla. Tienen una especial significación los intentos
llevados a cabo por el capo Jack Pretty
Klutas, caso que salió a la luz en el año 1934 cuando se “limó” las crestas
papilares de las yemas de los dedos. En la misma línea Al Karpis o Freddie Barker,
recurrieron a los servicios del conocido médico “remendador de gángsters” Joseph P. Morán para que les retirase
el tejido de las yemas de los dedos. Los resultados de la cirugía de urgencia
llevada a cabo para cada uno de ellos, arrojaron los mismos resultados, y es
que, cuando les quitaron las vendas, descubrieron que sus líneas papilares
empezaban de nuevo a mostrarse a través del tejido cicatrizado. Otras formas
ingeniosas de intentos de falsificación pasan por realizar sellos de goma que
reproduzcan una trama de similares características a las que forman las
crestas. La realidad es que intentar reproducir artificialmente el proceso por
el que, partiendo del sudor humano, se forme una huella latente normal, es tarea
harto complicada. La sola observación con una lupa, o siendo la réplica de una
calidad aceptable y en consecuencia se sometiese a la observación minuciosa de
un microscopio, mostraría imperfecciones o carencias que alertarían sobre su
autenticidad. En definitiva, tratar de reproducir los pequeños detalles individualizadores
no resulta fácil. Por ejemplo: si ya es difícil “calcar” una trama de crestas,
con una morfología determinada que puede aglutinar hasta 120 puntos
característicos distribuidos en una matriz -que es garantía de identificación-,
con un paralelismo que varía en función del tipo de dactilograma, a su vez vinculado
a un núcleo o delta que también es típico para esa huella o fragmento de ella…,
imagínense entonces, el dimensionado micrométrico de un poro situado en un
punto concreto de una cresta, en relación de longitud y latitud con otros
poros, surcos y crestas; pues, a primera vista, se me antoja un trabajo que
requiere de algo más que ánimo de defraudar. Lo último es plantar cara a la biometría
informática que toma como patrón las características fisiológicas que son en sí
mismos los dibujos digitales. Así que, sin el más mínimo rubor, ya ha habido
quien ha ideado un método para diseñar huellas dactilares que engañen a los
sistemas de autentificación biométrica; y recordemos que lo último en
identificación, es precisamente esto: aplicar parámetros matemáticos y
estadísticos sobre los rasgos físicos o de conducta de un individuo para
“verificar” identidades o “identificar” individuos. Bueno, pues, en diez o doce
puntos, y como si de una receta magistral se tratase, resumen un procedimiento
que, de ser puesto en práctica, podría –en primer término- hacer saltar las
alarmas. Nada a lo que no se consiga poner freno a base de una excelente ciencia
e igual preparación.
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