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miércoles, 11 de enero de 2012

La identificación a vista de pájaro

INTRODUCCIÓN:

 Si partimos de una definición oficial de Criminalística, que reúna todos los ingredientes que de una manera u otra coadyuven en darle forma y concretarla a su nivel máximo, nos encontraremos con que, tras su análisis profundo, para quien la vivimos desde dentro y a diario, resulta cuanto menos apasionante. La definición que en mi humilde opinión me parece más redonda, sería la siguiente:

 “La Criminalística es una parte de la Criminología que –considerada como ciencia- estudia sistemáticamente las huellas, rastros e indicios del delito, dejados por el culpable o culpables y, mediante técnicas científicas de toda índole –médicas, biológicas, químicas, físicas, etc.- trata de identificar al autor/es del delito”.

 Ahí es nada.  Porque, básicamente es eso, tocar el mayor número de frentes, hacer hermandad de un objetivo tan laborioso como es descubrir al/los autor/es de un delito. Y para ello, todos, Policías, Médicos Forenses, Químicos, Biólogos, Informáticos, peritos y especialistas de lo inimaginable, tienen que ir de la mano en tan loable propósito. De ahí que lo multidisciplinar de esta Ciencia sea el concepto  que mejor la define, si el propósito es probar la autoría de quien se aparta de la norma infringiéndola.
Ocurre que, a veces, Criminalística, Criminología, Policía Científica, Técnica Policial, “CSI”, etc., parecen conceptos similares cuando no iguales. Pues no del todo. Y para entenderlo lo mejor sería recurrir al sabio refrán de, “cada uno en su casa y dios en la de todos”. Y es que por ahí van los tiros. Todos tienen como telón de fondo el delito, sólo que cada uno interpreta su papel en un tablado donde cada escena tiene como común denominador la pasión por conseguir la prueba inculpatoria.
 Conocida ya la definición de Criminalística, vamos a ver una definición en sentido amplio de lo que entendemos por Policía Científica. Se podría definir como “el conjunto de técnicas y fundamentos científicos aplicados por la Policía en el desarrollo de su actividad”. Si profundizamos en esta definición genérica podemos llegar a una más estricta cuando refiere que se nutre de los conocimientos proporcionados por otras ciencias como la Antropometría, La Medicina Legal, la Física, la Química, la Biología, etc. ¿Quiere esto decir que la Policía Científica es una mera asociación de conocimientos? Pues sí si tenemos en cuenta que –y aquí entra el otro concepto al que antes nos referíamos de Técnica Policial- que todos estos conocimientos los aplica con un método y criterio propio, elaborando procedimientos específicos que consigue con la Técnica Policial. Como vemos, los tres (Criminalística, Policía Científica y Técnica Policial) son conceptos hermanados pero no iguales, y así queda de manifiesto si para concluir este apartado rubricamos con que el objetivo de la Policía Científica es la Criminalística a través de la Técnica Policial”.
Es muy importante haber acotado estos conceptos, si lo que queremos tratar de analizar es  la evolución de la identificación a lo largo de la historia. Por lo tanto, antes de entrar en “la escena del crimen”, recoger indicios, tomar fotografías y cotejar huellas, vamos a hacer un recorrido en el tiempo para tener una visión global de lo que ha supuesto la evolución de la técnica aplicada al ámbito de la Investigación Criminal.

LÍNEA DEL TIEMPO:
Como veremos  de aquí en adelante, todo se reduce a un único propósito, y es el de tratar de identificar. En otros casos, con la identificación ya resuelta, sólo habrá que demostrar la culpabilidad. Veamos pues cuál es el origen etimológico y el significado del término que vamos a tratar. La palabra identificación etimológicamente proviene del latín “identificare” y “facere”, hacer patente la identidad de alguien o algo.
 Según la Real Academia de la Lengua, identificar, es reconocer si una persona o cosa es la misma que se supone o se busca. Si tratamos de llevar esta definición al ámbito policial, recobra otro matiz no menos importante y se suma a las definiciones anteriores dotándola,  si cabe, de mayor “seguridad”. Así, identificar tendría que ver con demostrar la perfecta correspondencia entre los datos obtenidos de un individuo que se quiere identificar y datos de la misma naturaleza, previamente conocidos, asociados a una filiación. Ya vemos que esta última definición, más técnica, más propia de ser manejada en los gabinetes  de identificación de cualquier dependencia policial, está dotada de mayor frescura. Por los cuatro costados rezuma propósito de “no dejarse engañar”, de eliminar todos los riesgos asegurando la diligencia con todos lo medios de que dispongamos.
Alejandro Magno
Pues bien, estos términos que ahora manejamos, tampoco distan tanto del propósito perseguido por quien tuvo la misma necesidad si nos remontamos tiempo atrás. Para entenderlo, veamos un ejemplo de descripción referida al mismísimo Alejandro Magno, rey de Macedonia: “de constitución robusta, estatura media, piel blanca con tinte rojizo en mejillas y pecho, cabellos rubios rizados, nariz aguileña y en los ojos la particular característica de ser de distinto color, negro el derecho y azul izquierdo” –de esta característica última es de donde proviene la denominación de “ojos macedónicos”-.
Qué ocurre, que no siempre el hombre utilizó la morfología humana para identificar a una persona. Corría el riesgo de las múltiples interpretaciones que de éstos caracteres morfológicos podría hacer cada persona que asumiese esta labor. Por lo tanto, eran referencias cuando menos muy subjetivas. Eso sin tener en cuenta que la morfología humana estaba sometida a los propios cambios inherentes al envejecimiento, a las patologías y, por qué no decirlo, a la astucia de todos aquéllos que trataban de ocultar su apariencia, de camuflar su identidad. Entonces  se recurriría a otros procedimientos más expeditivos y a la par más eficaces. Así se comenzaría a marcar a los delincuentes, produciéndoles mutilaciones o señales en los sitios más visibles del cuerpo que permitiese su reconocimiento.
No nos debe extrañar esta inquietud del hombre por identificar, pues desde la más remota antigüedad ya le interesó. Se sabe que en Babilonia, unos veinte siglos antes de nuestra era, se cortaban las orejas a ciertos delincuentes. Vejatorio hoy en día, inhumano, por supuesto que sí, pero para entonces eficaz. Y tampoco nos debe de extrañar que esta “técnica” se haya heredado hasta hace bien poco. Recordemos que entre los años 90 y 2000 en la hoy controvertida Irak, se publicaron Decretos que prescribían  la amputación  de la mano derecha a aquéllos delincuentes autores de robo con fuerza, y la amputación del pie izquierdo como sanción por un segundo robo. Pero la delicadeza no terminaba ahí, pues, a quien era sometido a una amputación punitiva se le obligaba a pagar – como detalle de cortesía- una cantidad de 600 dínares en concepto de anestesia.
Como vemos, estos métodos hoy amplísimamente olvidados, denostados y menos mal que superados, forman parte de una de las etapas en las que podemos dividir esta línea del tiempo. Nos situaríamos en  LA ETAPA PRIMITIVA, aunque como hemos visto, ciertas corrientes se han filtrado hasta nuestros tiempos. Decir que esta etapa está caracterizada por la carencia del sentido científico que hoy en día tienen los sistemas de identificación. Por otro lado, no existían agrupaciones de profesionales dedicados a la investigación del delito con rigor criminalístico. La más testimonial en este aspecto era dedicarse a dar protección al señor o gobernante de turno, y si tenían que actuar lo hacían empleando la fuerza bruta. Lo más parecido a Técnica Policial que nos podíamos encontrar era la tortura, la superstición, la delación, etc. En fin, procedimientos casi siempre basados en la vejación, en lo degradante y en el desprecio a la dignidad humana.  En definitiva, amputaciones, marca al hierro, extirpación y otras prácticas similares, no eran tanto identificación como hoy lo entendemos, pero sí la etapa final de un enjuiciamiento rudimentario, básicamente condenatorio. Y es seguro, a pesar de todo, que tenían el propósito de “identificar”.
Pero, ojo, porque dentro de este período no todo es barbarie identificativa. También los babilonios allá por el  2000 a. de C. descubrieron que aquéllas rayitas que poblaban la palma de sus manos y dedos, de formas caprichosas pero con cierto orden dentro de lo que parecía ser un caos, encerraban la clave que aseguraba sus transacciones comerciales. Así que, utilizaron las huellas dactilares para “firmar” sus contratos. De este modo, dio los primeros pasos un rudimentario sistema de identificación, carente de rigor científico para entonces eso sí, pero algo tendría cuando a aquéllos hombres les trasmitía la seguridad de que con él validaban algo tan importante como eran sus operaciones comerciales. Ya veremos como este sistema de claves  ignotas para ellos, fue adquiriendo la madurez necesaria hasta que en el siglo XIX, se produce el momento cumbre en que su utilización pasa a ser forense y por lo tanto pleno de rigor científico.
Completaremos este periodo primitivo con los ejemplos clásicos que supusieron  Grecia y Roma al adoptar como sistema habitual de identificación la marca al hierro. También Francia lo hace con un hierro candente que reproduce una flor de lys; una marca a los ladrones en forma de “V” (Voleur);  o un “GAL” a los condenados a galeras. Inglaterra también aplica una letra para cada delito. Por supuesto, España no es ajena a esta “moda” y también hierra a los esclavos o les corta las orejas si se escapan, produce escarificaciones a los esclavos procedentes de África o les aplica la “carimba” al rojo vivo en la época de colonias.
Entramos en una etapa que podemos considerarla  FASE PRECIENTÍFICA O CONSTRUCTIVA, que vas desde finales del XVIII – siglo en el que acaba el período primitivo- y se alarga hasta el XIX, pues en ella queda abolida la costumbre de señalar con marcas infamantes. Aunque algún reducto queda por ahí con tintes de pseudocrueldad, tal es caso de Bentham (Alemania, 1748-1832), que propuso identificar a las personas –delincuentes o no- tatuándoles en la espalda o en el brazo su nombre y sus apellidos. Similar éxito tuvo la apuesta del francés Severín Icard con su arriesgada propuesta de marcar a los delincuentes inyectándoles parafina en frío, bajo la piel del borde interno del omoplato. El fin era conseguir una callosidad que, dependiendo de su localización y altura, daría información al respecto de la peligrosidad del delincuente. En la parte alta del omoplato sería un delincuente muy peligroso, en la parte baja, peligrosidad media, y en la parte baja, nula o baja peligrosidad.

Alphonse Bertillón

A medio camino entre la etapa precientífica y científica nos encontramos las aportaciones importantes hechas, primero, por los inventores de la Fotografía Niepce y Daguerre (1837), convirtiendo así a París como la primera ciudad del mundo donde se utiliza la fotografía con fines identificativos,  y segundo -también francés- Alphonse Bertillon (1879). Su afamado sistema antropométrico fue aplicado en todas las cárceles franceses. Consistía en la medición de caracteres morfológicos, basándolo en la fijeza casi absoluta de las dimensiones del sistema óseo del cuerpo humano a partir de los veintiún años, y en que tales dimensiones varían lo suficiente de una persona a otra para, en consecuencia, poderlas diferenciar. Lógicamente hoy día podríamos buscar desventajas a este sistema, el primero, y que seguro a todos nos viene a la cabeza, ¿y qué pasa con los menores de 21 años? Lo cierto es que la antropometría marcó un hito en la historia de la identificación, fue válida en su momento y, precisamente por serlo entonces, hoy día seguimos trabajando con ciertos patrones antropométricos, perfectamente actuales y válidos para determinadas descripciones.
Después, al amparo de este patrón ideado por Bertillon, surgieron otros sistemas a la postre similares en cuanto a su planteamiento inicial de mediar morfologías corporales. Tal es el caso del Sistema Geométrico de Matheios, basado en el estudio de la geometría del rostro; el Sistema Otométrico de Frigerio, que estudió el relieve y dimensionado de la oreja.
Francis Galton
Hasta ahora, poco hemos hablado de la identificación u origen de la dactiloscopia. Quizás porque nadie de un modo preclaro, salvo las excepciones hechas al hablar de los Babilonios y sus transacciones comerciales rubricadas con el dedo, habían recalado en la identificación dactiloscópica. Reparemos, pues, en quien dio el pistoletazo de salida. Los trabajos de los ingleses W. Hershel, Henry Foulds, Francis Galton y E. Henry, y por otro lado el argentino Vucetich, ponen en marcha los sistemas de identificación dactiloscópicos. Efectivamente, y como suele ocurrir, para paliar la más pura necesidad, Herschel usó impresiones dactilares para identificar a los indios que demandaban pensiones en la década de 1860. Y para acreditar su sistema, hizo comprobaciones periódicas con la huella que reproducía su dedo índice derecho durante veintiocho años, verificando un año  tras otro que  la huella era siempre la misma.
Estos pequeños grandes logros y aportaciones de origen inglés, fueron el germen de lo que hoy constituye el sistema de identificación dactilar en el mundo anglosajón. Así pues, no cabe duda que los ingleses fueran los principales pioneros en los sistemas de identificación dactiloscópicos. Pero, por otro lado, hay que rendirle el merecido tributo a quien desarrolló los sistemas de identificación dactilar.  Fue el Argentino Juan Vucetich quien en 1892 consiguió identificar por huellas a un asesino y, por su puesto, el sistema llevado a cabo para tal fin, fue implantado en el mundo latino.  A partir de este momento y recién estrenado el siglo XX, la mejora y la innovación técnica inspirada en estos fundadores, acaparó todos los gabinetes de identificación.

Estamos comenzando LA ETAPA CIENTÍFICA (S. XX /XXI). Aquí la dactiloscopia y los modernos sistemas de identificación biológica (ADN) están lanzados y se muestran imparables. Para profundizar en otras técnicas, tenemos que desempolvar aquellos otros sistemas que nacieron inspirándose en la antropometría y que a la sazón hoy acaparan la actualidad, haciéndose, de momento, un discreto sitio en este coro de la identificación. Metámonos de lleno en el año 1936, fecha clave en la que por primera vez Burch, propone adoptar los patrones del iris para el reconocimiento. La biometría ocular, acaba de nacer. Hoy en fase de desarrollo y clara candidata a ser el complemento o quizás relevo de los sistemas de identificación más usados hoy en día, entre ellos, como ya hemos dicho, el dactiloscópico y el de ADN. Del mismo modo que ocurrió con aquellos sistemas que surgieron al abrigo de la antropometría de Bertillon, hoy son otros patrones biométricos los que se van abriendo paso en el escenario de la identificación. Primero fue el iris, luego fueron otros patrones biométricos que medían también componentes fisiológicos estáticos (dactilares, faciales, etc.), luego los comportamentales o dinámicos,  tales como la firma, el paso, el tecleo etc., luego el discurso hablado. Pero moderemos esta fiebre biométrica. ¿Estaríamos en lo cierto, si decimos que la biometría no es una técnica de identificación futurista?, máxime teniendo en cuenta la evolución que hasta aquí hemos visto. Al final, unos y otros, en mayor o menor medida, desde la más remota antigüedad y hasta el día de hoy, aplicaron parámetros que bien podríamos considerarlos biométricos, solamente que lo rudimentario ha ido dejando paso a las nuevas tecnologías, al son del progreso y las necesidades sociales o, a caso los babilonios no utilizaron biometría cuando coleccionaban huellas para luego autentificar transacciones comerciales. Todo, o casi todo, está inventado.

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