La isla que un día soñó Santo Tomás Moro |
No se trata de
relativizar la conducta criminal. Uno es o no es delincuente. Y es seguro que
caben otras formas imperfectas de serlo, quizás un poco más acordes con las estructuras básicas de sociabilidad
innata que tiene el ser humano que vive en armonía con el grupo de iguales.
Pero, es aquí, cuando uno se plantea si
todo está perfectamente tasado, si todo está previamente definido. Si
efectivamente hay personas que son desviadas, y se explica su comportamiento
por un marcado relativismo cultural, ¿es buena su conducta? ¿es mala? o si, por
el contrario, adquiere la condición de delincuente porque, aparte de ser
desviado, infringe una norma social. Con lo cual ya tiene los dos conceptos que
definen en sociología al delincuente. El delincuente es siempre un desviado.
Bueno, pues hasta aquí todo
perfecto. Esta aproximación sociológica pone cada cosa en su sitio y, en
principio, no habría que tener dudas a la hora de distinguir lo que es un
comportamiento delincuencial del que solamente
se queda en desviado.
Por otro lado, es obligado
referirnos a la víctima. Estamos en un momento de la historia en la que se está
redescubriendo su papel en el hacer criminal y eso le confiere un protagonismo
especial dentro del proceso, realzando su figura hasta igualarlo, si cabe, con
el todopoderoso centralismo del victimario. Hemos dejado atrás los albores de
su historia en el que fue protagonista absoluta con la venganza privada de ella
o su familia. En esta génesis, también fue superada su neutralización en el
momento que entró en escena el Estado de Derecho y su “ius puniendi”. Con este afán igualitario, y con el propósito
de establecer su sitio en la naturaleza delictiva, se definen comportamientos que, por ejemplo, puede
desplegar en el justo momento de producirse el hecho criminal. Así pasa por ser
víctima por indefensión física, mayor vulnerabilidad, facilitadota, social,
situacional…..; en fin, tantas como hechos distintos se puedan dar.
Poco a poco venimos desgranando
los ingredientes que unidos en una compacta argamasa configuran el fenómeno
criminal. Tenemos al desviado, delincuente,
o su representante legal, y tenemos a la víctima. Nos falta una
situación ideal que tenga cabida en un precepto penal que justifique, al menos
en lo principal, la acción reprobable del victimario. Vayamos a ella. Código Penal de 1995, Libro II, Titulo
XIII - Delitos contra el patrimonio y contra el orden
socioeconómico; Capítulo II – De los robos; artículo 242, punto primero: “El
culpable de robo con violencia o intimidación en las personas será castigado
con la pena de prisión de dos a cinco años, sin perjuicio de la que pudiera
corresponder a los actos de violencia física que realizase”.
Punto segundo: “La pena se impondrá en su mitad superior cuando el
delincuente hiciera uso de las armas u otros medios igualmente peligrosos que
llevare, sea al cometer el delito………….”
Y nos falta la situación. Real
como la vida misma. El ciudadano de bien,
menganito de tal que camina por un afamado parque de una ciudad castellana
en dirección al centro donde ha quedado con su novia. Todo perfecto. Un buen
plan, una tarde de domingo para disfrutar. Pero hete aquí que el ciudadano
equis es “interrumpido” por otro que, acercándose por un costado, le “requiere
con intimidación” para que le dé toda la pasta que lleva en los
bolsillos. Todo ello mientras blande en su mano derecha un bardeo con
hoja de unos diez centímetros de longitud que ahora mismo ya tiene el ciudadano
ejemplar en la zona abdominal, oprimiéndole ligeramente los intestinos. Parece
que la tarde perfecta no lo va a ser tanto. Y
comienza el espectáculo.
-
Pero hombre, un
poco de decoro…., -comenta el ciudadano ejemplar.
- Por alusiones, ¿cómo
comprendes que te voy a dar las quinientas pesetas que llevo, si es lo único que
tengo para pasar la tarde con mi novia?
-
¡No me jodas y dámelo todo! –contesta el otro.
Al tiempo, se
reafirma en su intimidación con un marcado golpe de muñeca que oprime la piel
otro par de milímetros. Por si la cosa no estuviese clara.
-
No hombre no, esto hay que hablarlo. Todo es negociable. Si
quieres....., te doy una parte, pero todo..... ¡no hombre no….!
-
¡Me estás chinando tío! –espeta el otro entre
balbuceos.
El prenda, desencajado por la
situación, bracea gesticulante intentando argumentar sus razones. En plan yo
soy el atraca, me estás desvirtuando mi rol y eso no puede ser, tu
obligación es entregarme todo y asustarte mucho. Pero lejos de causar la
reacción esperada en su víctima, cumpliendo con su papel en estos casos, se
encuentra con una que aborda la situación
desde dentro y trata de desdibujarla con un argumento a medio camino
entre lo comprensivo y lo reprobable. Pura y dura política criminal ad hoc. En este contexto, el final de la historia se
la pueden imaginar.
Sería bueno que para todo hubiese
un término medio. Y este que se plantea es un ejemplo claro de cómo quien es
requerido “entiende” la victimización en sus dos variantes, la suya y la del sirlero
incapaz de completar su papel por la presencia de un argumento demoledor.
En plan, oye tío, yo puedo entender que tu situación sea la consecuencia de
unos cuantos eslabones rotos en el proceso de socialización, factores primarios
y secundarios tocados de muerte, marginalidad, drogodependencia y todo lo que tú quieras, pero entiéndeme también
a mí.
Esta difuminada realidad criminal
que introduce una variante extraña, le da al acto y sus circunstancias un halo de romanticismo. Una
esperanza, si cabe. Ya que la
delincuencia es consustancial a la sociedad en la que vivimos, podría
plantearse así, en plan solidario y en
términos de camaradería.
Aún así, lo extraordinario del
suceso no deja impávido a quien tiene el monopolio sancionador. Poniendo en
marcha la maquinaria estatal tratará de ubicar la paradójica acción criminal en su lugar exacto. Que si
atenuantes analógicas, que si eximentes incompletas...., en fin, lo que se quiera. Pero, ¿qué hay de
ese entendimiento? ¿Qué sustrato queda del comportamiento de esa víctima, que
acata la situación y resuelve plantarle cara sin negar las razones de quien le
acomete, sin olvidar tampoco las suyas? Queda utopía.
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